14 jul 2013

cuando estoy particularmente ebria, puedo enamorarme cuatro veces por noche.


El sol sale y yo vuelvo a casa, después de un paréntesis con tres puntos, cada uno representando dos tequilas de más.
Mi mayor problema es saber empezar las cosas tan solo por el final,
en un desorden desagradable, caótico
que he aprendido a amar, como a todo lo que no tiene sentido,
como las noches en grandes ciudades con luces difuminadas,
como la poesía escrita sin rima, con una caligrafía aún más incomprensible que su contenido,
como su boca oliendo a alcohol y no a mí.

En medio de todo esto se me enredan las palabras a los pies mientras huyo silenciosamente de las sábanas de otro sustituto de mi amor platónico.
Pierdo la cabeza y mi percepción a estas horas ya es nula.
La mayoría de veces sólo me tumbo a oscuras y espero que llegue algún premio de consolación
(un orgasmo, una carta, una llamada inesperadamente esperada, una canción que hable de mí)
que la noche se haga menos eterna,
que el placer dure un poco más.
Su cabello era exactamente del mismo tono de marrón, sus ojos no los miré, sólo le quería desnudar.
Sé que no eres tú, sé que toda esta confusión soy yo
pero cariño, no sé si has oído qué tan ciego es el amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Valerie.